“El suelo no es un florero, donde nos muestran que las plantas siempre crecen si les agregamos fertilizantes”
El doctor Wall, destacado por sus investigaciones sobre la vida y los procesos naturales debajo de la tierra, apunta contra la agricultura industrial y el rol del Estado.
Luis Gabriel Wall (69) es doctor en Bioquímica egresado de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) e investigador del CONICET. A lo largo de su vida, se convirtió en un referente del estudio de las interacciones entre plantas y microorganismos. Publicó numerosos trabajos en revistas internacionales, dictó conferencias y presentó trabajos en congresos con científicos de todo el mundo.
“Mientras que en el planeta somos siete mil millones de habitantes, en un gramo de suelo hay 10 mil millones de microorganismos. Como si fuera poco, de esa cifra es posible identificar un millón de comportamientos diferentes”, explica.
El especialista, además, trabajó para el Departamento de Fisiología Vegetal de la Universidad de Umea (Suecia), fue destacado por el Departamento de Biología de la Universidad de Madrid y en la actualidad dirige el Programa de Investigación en Interacciones Biológicas de la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ).
¿Qué implica estudiar las interacciones biológicas?
Se trata de concentrar la atención en los vínculos que se producen tanto entre microorganismos y plantas, como entre microorganismos entre sí. Se relaciona con aprender de qué manera se comunican y los lenguajes que utilizan los organismos para transmitir información y reconocerse. De este modo, se producen intercambios de señales químicas.
¿Todos los microorganismos comparten el mismo lenguaje?
No. Cuando las plantas se asocian con microorganismos aprenden, por un lado, a hablar su mismo lenguaje y a establecer relaciones de beneficio mutuo (simbiosis) y, por otro, cuando las plantas quieren dejar fuera de la conversación a ciertos microorganismos, aprenden el lenguaje de otros para interferir las comunicaciones.
¿Para qué se comunican?
Básicamente por un sentido evolutivo: aquellos organismos que se adaptan mejor al medio se conservan más en el tiempo. En paralelo, a los científicos nos sirve para comprender la complejidad del mundo biológico y para manipular esos sistemas en favor de la obtención de resultados que le interesan al ser humano, como puede ser la producción de alimentos, el desarrollo vegetal, los tratamientos para enfermedades.
Entonces, ¿en la industria agrícola se aprenden este tipo de lenguaje para poder alterar esa relación de plantas y microorganismos?
Exacto. Los biofertilizantes, en este sentido, representan grupos de bacterias que se han podido aislar y cultivar desde el laboratorio. A partir de ellas, es posible generar productos que son susceptibles de ser aplicados en diversas situaciones. Por ejemplo, en cultivos porque algunos microorganismos favorecen la nutrición de nitrógeno y fósforo de las plantas. De este modo, se los conoce como “biofertilizantes” porque de alguna manera reemplazan a la solución química.
¿Desde hace cuánto tiempo se utiliza a las bacterias para el control biológico?
Se comenzaron a discutir estos temas a partir de los ochenta, en estrecho vínculo al estudio de diversos problemas como las guerras y las hambrunas. Previamente, con la Crisis del Petróleo, a fines de los sesenta y principio de los setenta, emerge el problema de sostener la producción agrícola mediada por un elevado costo de los fertilizantes. Entonces, comienza a abordarse a nivel internacional un problema central: de qué modo la fijación biológica que transforma al nitrógeno en proteínas puede ser utilizada en la agricultura. Hoy sabemos que es un mecanismo muy curioso que sólo es realizado por bacterias, y que ha atravesado la historia de la vida en la Tierra, ya que es previo –incluso– al proceso de fotosíntesis. En efecto, se desarrollaron importantes estudios en soja, otras leguminosas y árboles.
Para ganar independencia de los fertilizantes químicos.
Claro, porque el suelo no es un florero, donde nos muestran que las plantas siempre crecen si les agregamos fertilizantes. Ello corresponde a un modelo químico de la agricultura en que son educados los ingenieros agrónomos, que favorece desafortunadamente a la producción agrícola basada en agroquímicos.
¿Cómo puede hacer un país como Argentina para producir a gran escala sin la necesidad de utilizar los agroquímicos?
Se requiere de un cambio de paradigma de todo el sistema, pero creo que es posible. En este marco, se debe impulsar una agricultura basada en un mayor desarrollo de la biología del suelo. Ello implicaría, entre otras cosas, reducir la emisión de gases de efecto invernadero, porque el problema de la agricultura sólo se soluciona con mejor agricultura. Se deben compatibilizar los grandes niveles de producción con la necesidad de conservar los recursos.
El famoso desarrollo sustentable.
Por supuesto. Es una palabrita mágica que significa bastante. Es responsabilidad del Estado poner las reglas para promover este tipo de prácticas. Desde hace mucho tiempo se sabe que la rotación de cultivos, por ejemplo, es imprescindible para que el suelo responda de manera correcta y, sin embargo, en Argentina, debe existir al menos un 90% de monocultivo de soja. En este sentido, el Estado debe promover buenas prácticas, que fomenten esto y, al mismo tiempo, reduzcan, por ejemplo, el uso de agroquímicos. El desafío es realizar una agricultura intensiva sin destruir el suelo.
Fuente: Foro Ambiental / argentinainvestiga.edu.ar