La discusión por la contaminación de los aviones toma fuerza
Por trabajo, familia o turismo. El avión es el transporte de elección predilecto para viajar largas distancias (y no tanto) lo más rápido posible. En la Unión Europea, el número de pasajeros aéreos ha aumentado un 50% desde el año 2005, según la Agencia Europea del Medioambiente. El crecimiento se da escala mundial: la Asociación Internacional de la Aviación (IATA) pronostica que los números de pasajeros se doblarán a 8.200 millones al año para el 2037. Sin embargo, este escenario podría torcerse a raíz de las crecientes críticas que este transporte está recibiendo por motivos medioambientales.
El tráfico aéreo contribuye al 2% total de las emisiones globales de gases de efecto invernadero. En Suecia, esto ha desencadenado el término flygskam o vergüenza de volar para denominar al creciente movimiento que urge a los pasajeros a no tomar aviones y a elegir otros medios. Greta Thunberg, la activista de 16 años, es la cara más conocida de esta causa, que ha pasado de lo anecdótico –una apuesta radical y poco realista– a lo culturalmente relevante.
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La joven sueca, que asegura que no toma un avión desde 2015, llevó adelante su pasada campaña de concienciación en abril por Europa (Estocolmo, Estrasburgo, Roma y Londres) en tren. Y tiempo atrás, para acudir al Foro Económico Mundial de Davos, en enero pasado, realizó un viaje de 32 horas en el mismo transporte. Esta semana ha trascendido que Thunberg asistirá en septiembre a la Cumbre sobre Acción Climática de Naciones Unidas en un velero que usa energía solar, el Malizia II. El viaje, al que ha sido invitada, le llevará dos semanas.
“Mi generación no podrá volar más que para emergencias si no nos tomamos en serio la advertencia sobre el límite de 1,5 grados de temperatura”, añadió refiriéndose a los objetivos del Acuerdo de París para limitar el aumento del calentamiento global.
Mónica Chao Janeiro, profesora de la escuela de negocios ESCP Europe y experta en sostenibilidad y turismo, explica que existen límites. “Todos queremos ir a destinos exóticos y encima estar solos”, resume en relación a un hipotético imaginario colectivo. Incluso quienes se preocupan por el medio ambiente continúan valorando mucho los viajes internacionales como una muestra de “civilización”, agrega Luke Elson, filósofo de la Universidad de Reading.
Desde la Unión Europea, recientemente, sí han reconocido que son necesarias más restricciones para reducir los impactos ambientales de los aviones. Por esta razón, el regulador europeo de seguridad aérea planea clasificar las aeronaves según las emisiones de carbono y la contaminación. Para ello ha empezado a trabajar en un sistema de etiquetado similar al que se usa para evaluar la eficiencia de los electrodomésticos.
La medida está encaminada a satisfacer las solicitudes de algunos pasajeros, que solicitan mayor información sobre el impacto ambiental de los vuelos. Andrew Murphy, portavoz de la ong Transport and Environment, denuncia que Bruselas ha hecho muy poco al respeto hasta ahora: “Europa ha aprobado muy poca legislación para remediarlo y los estados miembros no lo han hecho mejor”.
El sector del transporte aéreo es consciente de la fuerte transición que se le viene. La IATA, que agrupa a las empresas americanas y europeas de la industria aeronáutica, la defensa y el espacio, asegura que la industria está comprometida con neutralizar sus emisiones a partir del 2020 para reducirlas en el 2050 al nivel del 2005, todo un reto teniendo en cuenta el crecimiento del tráfico previsto en los próximos años.
“Nada de lo que están haciendo es suficiente para remediar esta situación. Las mejoras en eficiencia de las nuevas aeronaves se están viendo sobrepasadas por el aumento en el número de pasajeros, así que cada año las emisiones continúan creciendo. Hay nuevos combustibles en escena, pero las aerolíneas no los usarán a no ser que se vean obligadas, porque son más caros que el convencional”, advierte Murphy.
Los viajes de largo recorrido están en crecimiento constante: en 2018 hubo 1.400 millones de viajeros internacionales, un 6% más que el año anterior, según el barómetro de la Organización Mundial del Turismo. Del total de las emisiones turísticas, los vuelos suponen el 20%. Un avión emite hasta 20 veces más dióxido de carbono (CO2) por kilómetro y pasajero que un tren, según datos de la Agencia Europea del Medio Ambiente. Hoy, según la Comisión Europea, alguien que viaja de Londres a Nueva York genera las mismas emisiones que un europeo al calentar su casa durante un año entero.
El debate sobre las acciones individuales y colectivas en pos del medio ambiente viene desde hace tiempo pero cada vez abarcan a más temas, sobre todo cotidianos. Para el ecologista Garrett Hardin, creen que no se puede pedir a los individuos que operen contra sus intereses o deseos (por más contaminantes que sean), y que la única vía para asegurarnos de evitar el desastre es tener regulaciones que nos impidan destruir los recursos.
El filósofo y activista medioambiental John Nolt, de la Universidad de Tennessee, va más allá. En 2011, calculó que un estadounidense medio causará, con sus emisiones a lo largo de la vida, la muerte o el “sufrimiento grave” de dos personas, lo que significa que –haya regulación o no– debemos afrentar nuestros hábitos dañinos. Un estudio publicado en Science en 2016 arrojó cifras concretas de lo que cuesta uno de nuestros vuelos: cada tonelada métrica de dióxido de carbono derrite tres metros cuadrados en el Ártico.
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En pleno debate sobre responsabilidad medioambiental, el Gobierno francés ha anunciado una ecotasa de 1,5 a 18 euros en los billetes de avión, que reinvertirá en infraestructura para transportes más ecológicos. Por otra parte, Francia junto a Holanda discuten en sus Parlamentos si prohibir los vuelos cuyo recorrido se puede realizar en tren en tres horas o menos.
En contra, estos proyectos tienen el coste (hace poco se hizo público que hasta Network Rail, la empresa pública de ferrocarriles del Reino Unido, anima a su personal a volar en vez de tomar trenes si supone un ahorro) y el tiempo: no todos quieren, o pueden, gastar en transporte las horas que podrían disfrutar de vacaciones. Hasta las aerolíneas parecen tomar consciencia de la creciente preocupación ciudadana, como denota la última campaña de la holandesa KLM, que anima a los consumidores a priorizar el tren o las videollamadas de trabajo.
La industria de la aviación busca soluciones, como desarrollar combustibles sostenibles y aviones más eficientes. Pronto, el plan internacional de reducción exigirá a las aerolíneas que compensen las emisiones de CO2 financiando proyectos de energía sostenible (antes los planes de compensación se centraban en la reforestación). Hasta ahora el cliente debía elegir si pagar la compensación al comprar un billete, pero la opción ha ido desapareciendo de las webs de las aerolíneas. También hay otras opciones, menos populares. Según un informe de la Comisión Europea filtrado en mayo, subir los impuestos al combustible de la aviación reduciría las emisiones en un 11%.
Fuentes:
– Foro Ambiental
– El País
– La Vanguardia