El sometimiento sobre animales y ecosistemas causan pandemias

El estallido del nuevo coronavirus pone en cuestión todas las contraindicaciones que la lógica extractivista de la humanidad ha provocado en la vida de la naturaleza, cuyo daño consecuente hoy vemos que es nuestra salud.

Por Manuel Casado.

Para investigar el origen de un virus, lo primero que se hace es buscar en su árbol genealógico. De esa manera, expertos de la organización EcoHealth Alliance revelaron que el SARS-2 tiene un antepasado cuya secuencia genética coincide en un 96,2 por ciento. Fue hallado hace 8 años en una mina infestada de murciélagos de China. En el caso del actual coronavirus, lo que creen es que antes de llegar a la humanidad pasó por otro animal huésped que podría ser el pangolín, la especie salvaje más traficada del mundo y cuyas escamas se vendían como manjares en el Mercado de Wuhan, donde se registró el primer brote de la pandemia.

“La aparición de un planeta responden a diversos componentes que se alinean en un momento determinado. Como si fuese una tormenta perfecta. En primer lugar, un animal tiene que estar pasando por un estrés que aglutine una carga viral activa importante. Esto se produce cuando una especie y su espacio natural se encuentran perturbados, algo que muchas veces causa la acción humana. Luego, nuestro sistema inmunológico, que está preparado para repelerlos, tiene que tener una falla grave”, explica el Dr. Carlos Zambrana–Torrelio, científico boliviano y vicepresidente de EcoHealth.

Las nuevas zoonosis, enfermedades infecciosas que se transmiten de los animales a personas, se van configurando de esta forma. Alrededor del 70% de las infecciones emergentes en humanos proviene de animales. El SARS-2 es la cuarta pandemia de este tipo en lo que va del Siglo XXI y representa un nuevo respaldo a la teoría de que la relación con los animales cada vez es más crítica y responde a la crisis que el humano tiene para relacionarse con su entorno natural. Otro coronavirus como el SARS-CoV, que brotó en la provincia de Cantón entre 2002–2003, saltó del murciélago a la civeta de palmeras –un felino que se come como una delicia en el sur del país– hasta convertirse en una epidemia que mató a 774 personas de las 8.098 infectadas.

Pero, si bien la vida silvestre representa un riesgo mayor (ya sea por contacto, consumo o producción) para la propagación de enfermedades que son capaces de poner en riesgo la salud pública de la humanidad, la ganadería –desde la pequeña escala a las grandes granjas industriales– también pueden ser focos de nuevos brotes infecciosos. El gran estrés, la falta de controles bromatológicos o de salubridad y la alteración de ecosistemas a los que también pueden ser sometidos los animales de esta industria, al margen de los controles o regularizaciones, son los principales factores de riesgo para la aparición de una zoonosis. Lo han demostrado las otras dos pandemias de los últimos veintes años. La gripe Aviar (2004) provino de cerdos infectados con una gripe que se combinó con una influenza proveniente de aves migratorias silvestres y otra influenza humana, mientras que la gripe Porcina (2009) se produjo por la conjunción de dos cepas porcinas y una humana. La primera mató a 615 personas, mientras que la segunda a más de 200 mil.  

Sarah Gilbert es la científica británica que lidera el equipo de 300 personas que trabaja en la vacuna de Oxford-AstraZeneca. Es que de las más de 136 en desarrollo, esta es una de las pocas que se encuentran en la fase clínica final de estudios –conocida como la Fase 3– y está catalogada como una de las más avanzadas en todo el mundo. Y ahora, , la investigadora advirtió que es posible que haya más brotes de origen zoonótico en el futuro, debido a factores que hacen que los virus se propaguen más rápido, como el aumento poblacional, los viajes internacionales y la deforestación.

“Debido a la forma en que han ido las cosas en el mundo, es más probable que tengamos infecciones zoonóticas que causen brotes en el futuro. Mayor densidad de población, más viajes, deforestación: todas estas cosas hacen que sea más probable que ocurran estos brotes y luego algo se propague”, apunto en diálogo con The Independent.

Estados Unidos y China son las mayores potencias del mundo. También son los países que más emisiones contaminantes de dióxido de carbono producen en el mundo. Y los que más carne consumen. La deforestación que ocurre en la selva de Brasil, en los bosques de Bolivia o en el Norte de Argentina sirve para sembrar soja que luego se exportará para alimentar cerdos en China. Es decir, la deforestación que avanza sobre los bosques nativos en América del Sur se produce por la demanda de carne en la otra parte del mundo. Ah, y frente a la pandemia, ambos han tomado la decisión de relajar sus metas ambientales para emprender la recuperación de la economía.

En Argentina, el reciente acuerdo con China para impulsar la creación de granjas de cerdos ha puesto esta problemática en agenda. A finales de 2018, en el gigante asiático estalló una epidemia de Gripe Porcina Africana, una enfermedad mortal para el animal, muy contagiosa y sin cura. Este brote hizo que la cantidad de cerdos en ese país descendiera entre un 30% y un 40%, ya sea por la mortandad ocasionada por el virus, como por los sacrificios para frenar su propagación. Esto hizo que el gobierno chino instara al sector a invertir en otros países para producir carne de cerdo y así poder abastecerse. Ahí es donde aparece Argentina, un socioeconómico que ya lleva años, y donde el proyecto ha causado gran indignación social.

El recrudecimiento de las enfermedades infecciosas, explican los equipos de investigación de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y de los organismos nacionales responsables de la sanidad con registros que comenzaron en la década de 1980, se atribuye a menudo al notable aumento de la movilidad y dimensión de la población humana, así como a los cambios sociales y medioambientales que se produjeron desde la Segunda Guerra Mundial.

Un número cada vez mayor de estudios sobre las enfermedades infecciosas emergentes señala a las alteraciones producidas en la cubierta vegetal y en la utilización de la tierra, entre ellas, los cambios de la cubierta forestal (en particular, la deforestación y la parcelación de los bosques) junto con la urbanización y el aumento de la actividad agrícola como principales factores contribuyentes a la aparición de enfermedades infecciosas. Efectivamente, el aumento actual coincide con el ritmo acelerado de deforestación tropical en las últimas décadas. Hoy en día, tanto la deforestación como las enfermedades infecciosas emergentes siguen asociándose en gran parte con las regiones tropicales pero con repercusiones que se extienden a nivel mundial. Ambas se entrelazan a su vez con cuestiones de desarrollo económico, utilización de las tierras y gobernanza, exigiendo de este modo soluciones de carácter transectorial.

Al respecto, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) compartió un informe en julio pasado. En él advirtió precisamente sobre este tema, e hizo hincapié en que los brotes de tales infecciones seguirán en aumento a menos que se realice un trabajo de conservación para proteger la vida silvestre. Además de las diversas actividades extractivas, el documento analiza el impacto del tráfico ilegal de especies protegidas, un delito que mueve miles de millones de dólares cada año y que atrae al crimen organizado porque en muchos países las penas con las que se castiga son muy bajas.

“Las pandemias devastan nuestras vidas y nuestras economías y, como hemos observado en los últimos meses, las personas más pobres y vulnerables son las que sufren más. Para evitar brotes futuros debemos ser más diligentes en la protección de nuestro entorno natural”, ha explicado Inger Andersen, directora ejecutiva del Programa de las Naciones Unidas para el Medioambiente UNEP y líder del trabajo. “El aumento de la demanda de proteína animal, las prácticas agrícolas insostenibles, la explotación de la vida silvestre y el cambio climático son algunas de las causas de la creciente tendencia de las enfermedades virales que pasan de los animales a los seres humanos”, agregó.

Las topadoras que avanzan indiscriminadamente sobre los árboles de la selva tropical para plantar cultivos de soja transgénica. Los buques que operan en la sombras para ejerce la sobrepesca. Urbanizaciones cada vez más hacinadas. Emisiones industriales y transportes que perforan la capa de ozono. Océanos que rebalsan de plásticos y otros residuos. Recintos atorados de feedlot. Glaciares que se derriten por el aumento del calentamiento global. Animales salvajes que son arrastrados de sus hábitats naturales mediante el tráfico clandestino para ser comercializados en mercados montados sobre laxos parámetros de higiene. Todo ha contribuido a que dos millones de personas, la mayoría en países de renta baja o media, mueren cada año como resultado de las enfermedades zoonóticas que producen y fueron desatendidas. Con el actual coronavirus, los contagios llegaron a más de 25 millones de personas y provocaron más de 860 mil muertes.