El cáncer no es lo único que debería preocuparnos del glifosato
Parecía casi improbable que, a los pocos meses de la millonaria adquisición de Monsanto por parte de su máxima competidora Bayer, el glifosato iba a tener un presente tan oscuro como el que hoy afronta. Sobre todo en Estados Unidos, su lugar de origen y donde un jurado del norte de California acaba de condenar al grupo a pagar 2.055 millones de dólares a una pareja que contrajo cáncer por utilizar el herbicida Roundup. Según el veredicto, no advirtió los peligros del producto, que ya supera las 100.000 demandas por el mismo motivo.
Con la industria agroindustrial resentida, el herbicida estrella de este mercado también afronta otra preocupación. A los estudios internacionales, sobre todo los de la Organización Mundial de la Salud (OMS) que afirman que es potencialmente cancerígeno y puede alterar el organismo humano, el glifosato también es sindicado como una fuente de contaminación del medio ambiente.
El principal ingrediente activo de Roundup, el herbicida más utilizado en el mundo y que tiene su principal consumidor a la Argentina, contamina las fuentes de agua, permanece en el suelo por más tiempo del que se esperaba anteriormente y daña los suministros alimenticios humanos. Tanto en EE.UU. como en Europa, los límites supuestamente seguros para la ingesta humana se basan en ciencia bastante pasada de moda. La investigación también señala consecuencias adversas serias para el medio ambiente, y hay indicios de que el glifosato puede causar enfermedades en mamíferos, incluso varias generaciones después de la exposición inicial.
En Argentina, donde se aplican al año unos 240 millones de litros de glifosato sobre más de 28 millones de hectáreas cultivadas, una serie de testeos ambientales entre 2017 y 2018 de la Universidad Nacional de La Plata, liderados por el biólogo Damián Marino, lograron comprobar lo que sospechaban: las moléculas del herbicida no eran biodegradables como juraban desde la industria química, sino pseudo-persistentes. De ese trabajo también se descubrió que Urdinarrain, Entre Ríos, es la localidad con mayor acumulación del herbicida del mundo.
El glifosato, que comenzó a ser comercializado por Monsanto bajo el nombre de Roundup hace ya casi cinco décadas, hoy es distribuido por todas las grandes multinacionales químicas (Syngenta, Basf, Bayer, Dupont, Dow Agrosciences, Atanor y Nidera) que son las que manejan buena parte de las ventas de semillas, la producción de agroquímicos y las patentes de los transgénicos del sector agroalimentario del planeta.
No es fácil interpretar la evidencia sobre el cáncer, porque diferentes paneles han llegado a conclusiones opuestas usando procedimientos diferentes. A las conclusiones que llegó en 2015 la OMS, por medio del Centro Internacional de Investigaciones sobre el Cáncer (CIIC), para sostener que el glifosato probablemente es cancerígeno, se opusieron la Agencia de Protección Ambiental de EE.UU. (EPA) y la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA). Estos últimos organismos de control se basaron en investigación proporcionada por investigadores y estudios vinculados a la agroindustria y que no fueron revisados por pares ni se hicieron públicos. El CIIC, en cambio, se basó únicamente en investigación revisada por pares y disponible para el público.
El físico norteamericano Mark Buchanan, que fue editor de la revista internacional Science Science y de la popular revista científica New Scientist, dice que hay muchas otras razones para preocuparse por el glifosato. “En 2016, un grupo independiente de biólogos intentó aclarar lo que en realidad sabemos sobre el químico. Su artículo es una lectura sombría. Señala que los estudios de la década pasada encontraron rastros significativos de herbicidas basados en glifosato en agua potable y aguas subterráneas, lo que probablemente expone a millones de personas en todo el planeta al químico”.
Los estudios de toxicidad en roedores han encontrado que el glifosato puede dañar el hígado y los riñones, incluso en dosis consideradas relativamente seguras para los humanos. Los cerdos jóvenes alimentados con granos de soja contaminados con residuos de herbicidas de glifosato han mostrado malformaciones congénitas, no muy diferentes a los defectos de nacimiento observados en personas que viven en y cerca a regiones agrícolas con un uso intensivo del glifosato.
La investigación señala muchos otros hallazgos perturbadores, desde el impacto del glifosato en la señalización hormonal de los mamíferos hasta la manera en que el químico se aferra a metales como el zinc, el cobalto y el manganeso, lo que reduce los suministros de estos micronutirentes esenciales para las personas, los cultivos, otras plantas y la vida silvestre.
“La mayoría de estos efectos probablemente no serían detectados por las pruebas de toxicología tradicionales favorecidas actualmente por los reguladores de los pesticidas”, asegura Buchanan.
Para explicar la popularidad del glifosato a lo largo de los años se unen dos cuestiones fundamentales: su eficacia eliminando malezas y su precio (es un producto extraordinariamente barato, entre otras cosas, porque su patente caducó en el 2000). Con 5 litros por 39,9 € (en Amazon), y considerando que la dilución puede ser del 1 %, podríamos tratar 50 000 m² de terreno. Es decir, saldría a un coste de 0,007 € por metro cuadrado. En otras palabras, es un chollo. Esto explica otro aspecto de su uso: muchas veces no se emplea la dosis recomendada. Al ser tan accesible, nos encontramos con un producto que se usa por todas partes y, además, en dosis muy elevadas, mayores de las indicadas.
En abril, un estudio diferente encontró otro efecto preocupante: el glifosato podría perturbar las funciones biológicas por generaciones. Uno de los temas más candentes en biología en los últimos años ha sido la epigenética: el estudio de cómo los hijos no solo heredan los genes de los padres, sino también ciertos patrones de actividad genética escritos en esos genes por otras moléculas señalizadoras. Este es un medio por el cual los factores ambientales que afectan a un organismo durante su vida pueden pasar a las siguientes generaciones.
En experimentos con ratas alimentadas con glifosato, Michael Skinner, de la Universidad del Estado de Washington, y sus colegas, encontraron que los efectos malignos del tratamiento no se manifestaban en el organismo alimentado con glifosato, o ni siquiera en sus hijos, sino en las dos generaciones posteriores. Estas ratas, sin haber estado expuestas al glifosato jamás, mostraban una marcada tendencia a la enfermedad prostática, la obesidad, la falla renal, la enfermedad ovárica y las anomalías de nacimiento.
Para Buchanan, “es evidentemente, el glifosato no es un herbicida que no genere preocupaciones, dejando de lado su relación con el cáncer. Puede causar muchas otras perturbaciones a la biología humana, y a los organismos y las plantas en el ambiente, invisibles para los anticuados sistemas regulatorios actuales. Ya es hora de que nuestros reguladores actualicen su ciencia”.
Por la pareja que contrajo cáncer por el uso del Roundup, Monsanto- Bayer perdió la tercera batalla legal en los últimos diez meses. Los diferentes tribunales norteamericanos que condenaron a la multinacional en el último tiempo por casos de cáncer causados a partir del uso del glifosato, hicieron que valor de la empresa alemana cayera un 40 por ciento. Este declive comenzó en agosto del año pasado con el juicio que inició el jardinero Dewayne Johnson, que logró que lo indemnizaran con 78 millones de dólares por sostener que existía una relación entre el cáncer que padece y el herbicida.
Fuentes:
– France 24
– The Conversation
– Foro Ambiental