Efecto invernadero: los alimentos y su contribución al cambio climático

En 2017 las emisiones de CO2 han alcanzado un nuevo récord, volviendo a aumentar un 2% después de un par de años de ligera reducción. Y está claro que gran parte de las medidas para combatir la contaminación del aire dependen de las políticas ambientales que lleven adelante los gobiernos. Pero, ¿qué pueden hacer los ciudadanos para mitigar los gases de efecto invernadero?

 

Una respuesta sería controlar los alimentos que consumen. A nivel mundial, la agricultura industrial (que incluye agroquímicos, fumigaciones y deforestación) y el tipo de ganadería actual (cada vez más, basada en los sistemas de feedlot y el uso de antibióticos) son responsables del 30% de las emisiones de GEI en el mundo.

Incluyendo el transporte y alimentación de los animales, la ganadería es la que causa el 80% de las poluciones del sector rural. En Argentina, por ejemplo, se trata de la actividad más comprometida después del sector energético, ya que aporta el 35% de las emisiones totales del país.

A nivel mundial, la producción de carne de ganado vacuno genera 3 veces más gases que la de ovejas y cerdos y 30 veces más que la de carne de pollo. Por otro lado, está estudiado que, por cada gramo de proteínas, las emisiones de las legumbres son 250 veces menores que las asociadas a la carne de vaca y cordero.

A este ritmo, lo más grave llegaría en los próximos años. Frente a la ausencia de políticas de cambio, un informe de la FAO afirma que la producción y consumo mundial de carne se duplicará de 2001 al 2050, inducido principalmente por el enorme aumento de la demanda en China, India, Sudáfrica y Brasil. Es decir, el impacto sobre el cambio climático se incrementará notablemente.

De forma que la pregunta que nos hacíamos de cómo podemos colaborar a mitigar el cambio climático, tiene una respuesta clara: reduciendo nuestro consumo de carnes rojas y aumentando el consumo de alimentos de origen vegetal, siguiendo las pautas de una dieta tipo mediterránea.

Es decir, consumir diariamente más frutas y hortalizas, legumbres, aceite de oliva, pescado, controlar la ingesta de productos lácteos (preferentemente bajos en grasas) y moderar las carnes rojas, embutidos y bebidas azucaradas.

Pero estas acciones individuales deben estar sostenidas y promovidas por las administraciones públicas. Es necesario que se establezcan políticas que sancionen a los alimentos perjudiciales para la salud y el clima y que subvencione los alimentos saludables y beneficiosos para la conservación del planeta. Promover las huertas agrícolas urbanas, próxima a la agroecología y sin uso de agroquímicos, y una ganadería sin feedlots.

Fuente: Foro Ambiental

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