Agroecología: el desafío de producir alimentos naturales

Frente al avance de las fumigaciones y el uso de transgénicos, este modelo alternativo impulsa una agricultura comunitaria, sin productos químicos y más cercana al consumidor.  

 

La salud también depende de la alimentación. Bajo el modelo agroindustrial hoy, sin embargo, se priorizan los cultivos genéticamente modificados, el uso de agroquímicos y la comida ultraprocesada. No se promueve la salud, sino el perfeccionamiento de la apariencia, la producción a gran escala y la maximización de ganancias.

La agroecología, en cambio, es un camino diametralmente opuesto. Rotación de cultivos, nulo uso de transgénicos y sustancias fitosanitarias, y producción de alimentos naturales. Además, en este caso el negocio funciona de otra forma. A diferencia del de las grandes multinacionales o productores rurales, se priorizan las huertas comunitarias y familiares, así como también el trato directo con los consumidores.

El ingeniero agrónomo Pablo Tittonell, especialista en Ecología de la Producción y Conservación de Recursos e investigador del INTA, aborda esta problemática. Con charlas abiertas, recorre diferentes partes del país y explica «los desafíos de la transición agroecológica: del productor al consumidor».

«En Argentina lamentablemente se están mostrando tendencias cada vez peores en términos nutricionales. Para empezar, es el país con mayor consumo de productos procesados industrializados de toda Latinoamérica, y eso tiene consecuencias muy negativas para la salud», explica.

En la manera de consumir, mucho tiene que ver el marketing también. Hace décadas que los medios masivos de comunicación inundan las pantallas con publicidades que instan a la compra de gaseosas, golosinas u otros productos ultraprocesados y artificiales en lugar de una comida saludable. El éxito de este tipo de campañas radica en que no promueven la salud sino el placer.

«Si uno observa un pan comprado en un supermercado y lee en su etiqueta la cantidad de ingredientes que tiene, son como 30, cuando en realidad se puede elaborar con cuatro ingredientes, que son harina, agua, levadura y sal. Todo lo demás que le ponen las industrias tiene un efecto sobre la salud humana».

En la actualidad, un 60% de los chicos del país padece problemas de obesidad infantil, un tema sensible donde Argentina disputa el primer lugar a nivel mundial con México. “No es un problema menor, y uno empieza a escuchar que las autoridades nacionales comienzan a preocuparse y a mencionarlo, pero no es un tema que en general esté priorizado en la agenda», dice Tittonell.

«No hay que menospreciar el poder que pueden tener las campañas de comunicación o la legislación para orientar los comportamientos».

Por cada propaganda de productos “saludables” hay 50 que nos instan a comer chatarra científicamente pensada para despertar nuestro deseo de: grasa, azúcar y sal, lo que no había o era escaso cuando se formó nuestra anatomía. Y como esos son los productos más baratos de la estructura de precios, el negocio se vuelve tan redondo como nuestros cuerpos.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) lo advierte: la gran industria de alimentos, del refresco y del alcohol es una de las mayores amenazas para enfrentar las enfermedades actuales.

«En muchos países, entre ellos Chile, hay alimentos que vienen con una etiqueta negra, advirtiendo a quien lo compra sobre los niveles de azúcar, las calorías, la cantidad de grasas trans, el colesterol. Eso tiene un impacto muy importante en la elección que hace la gente», asegura el investigador del INTA.

Fumigaciones

Uno de los grandes problemas de la industrialización de los campos es el crecimiento de las fumigaciones con herbicidas, principalmente el glifosato. Escuelas y pueblos sufren a diario esta práctica que cada vez se extiende más en las zonas rurales.

«En primer lugar, asegurarse de que lo que se hace, se haga bien. Si un productor va a utilizar un veneno, tiene un elemento que va a poner en riesgo al ambiente, su vida, a su familia, a los vecinos, y debe utilizarlo correctamente y con mucho cuidado», apunta Tittonell.

Desde el 2015, el glifosato está considerado cancerígeno probable por la OMS. Argentina es el máximo consumidor de este producto altamente tóxico en el mundo. Al año, se vierten alrededor de 400 millones de litros. Ya sea por vía terrestre o aérea, hoy todos los campos transgénicos de soja, maíz y algodón son rociados con este herbicida para que sólo crezcan los cultivos genéticamente modificados.

«El glifosato es una molécula para ser utilizada una o dos veces por año en el campo, en dosis de uno o dos litros por hectárea, y cuando se usa de esa forma realmente se degrada en el suelo, pero cuando se usan nueve o 10 litros de glifosato y todo el año, como hacen ahora los productores, el suelo no puede degradarlo y eso genera una contaminación enorme de las aguas, del suelo, del polvillo, y esa contaminación llega mucho más lejos de las periferias de las ciudades”, critica el especialista.

Al respecto, destaca que la agroecología no contempla esta práctica, sino que permite que la tierra cumpla con sus ciclos naturales de renovación. “Buscamos crear conciencia sobre otra forma de producción que sea sustentable», finaliza.

Fuentes:

  • Para que el campo vuelva a ser verde / Página 12
  • «Los desafíos de la transición agroecológica: del productor al consumidor» / UNO

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